viernes, 3 de mayo de 2013

Raíces espirituales de una cultura no violenta




¿Dónde encontraremos la inspiración para construir una civilización noviolenta? Porque de eso se trata, de encontrar la inspiración que nos permita ver más allá de los ojos humanos.

 Según el “Estudio de la Historia” de Arnold Toynbee, hasta el momento actual, en este planeta han existido un total de 21 civilizaciones, de las cuales unas pocas se podría considerar que aún perviven como tales. Todas estas civilizaciones han seguido un patrón similar de desarrollo en el tiempo, que podemos resumir en 4 etapas: génesis, crecimiento, colapso y desintegración. La génesis de cada sociedad tuvo como disparador ciertas incitaciones que actuaron como estímulo, y según la respuesta que dieron los pueblos, éstos constituyeron una civilización creciente o bien desaparecieron o fueron absorbidos por otras sociedades. La respuesta a esas incitaciones, cuando fue la más adecuada, representó un salto sobre lo que había previamente, y ese salto nunca fue dado de forma violenta.

Característicamente, el momento de crecimiento de cada civilización ha sido aquel en el cual un grupo de personas lideraron un proceso que fue seguido por las poblaciones. Si bien en otras etapas del proceso la violencia pudo haber sido generalizada, en la etapa de crecimiento de la civilización la violencia, aun sin haber desaparecido por completo, no fue el modo de acción principal. No se persiguió a otras culturas distintas a la central, ni se obligó a las personas a aceptar el liderazgo de unos pocos, sino que las poblaciones siguieron voluntariamente el rumbo trazado por los precursores.

Cada civilización, a su modo, operó una mejora de la calidad de vida sobre lo precedente, un nuevo paso en la superación del dolor y el sufrimiento. Y en su momento de máximo apogeo actuó integrando las culturas existentes en una síntesis mayor, tomando los elementos evolutivos que se pudieran rescatar del momento anterior. Dicho brevemente, la civilización creció y prosperó porque sus miembros decidieron continuar sin coacciones por ese camino emprendido.

¿Qué fue lo que hizo que ciertas “élites” (por llamarlas de algún modo) fueran capaces de dar una respuesta nueva, superadora de la situación anterior y de la incitación que los obligaba a actuar? Sin duda fueron momentos inspirados, no sólo en los individuos que lideraron ese proceso sino en el conjunto del pueblo, que fue capaz de reconocer en ese liderazgo aquello bueno que merecía ser apoyado.

¿Cuáles son las características de una cultura noviolenta? Podemos considerar que una cultura es noviolenta cuando el respeto hacia todas las personas, la libertad religiosa o de creencias, la comprensión de que el bienestar de cada uno depende del bienestar de todos, y el trabajo conjunto en pos de la mejora social, se encuentran en el centro de esa cultura, casi podríamos decir que la definen como tal. Así, encontramos en el jainismo, en el origen del budismo, en la doctrina de Gandhi o en la lucha de Martin Luther King muchos de estos elementos, y gracias a ellos podemos identificarlas como culturas o doctrinas noviolentas, más allá de sus diferentes épocas, lugares, circunstancias históricas, objetivos y trasfondos religiosos. Podemos sintetizar diciendo que una cultura noviolenta es aquella que rescata y ubica al ser humano en el lugar central, sin ponerle nada por encima ni a ningún ser humano por debajo de otro.

También encontramos algunos de estos elementos en el Renacimiento europeo, el cual recupera la dimensión espiritual del ser humano, diferente a la dimensión religiosa que era hasta ese momento la preponderante. El Renacimiento redescubre en los antiguos griegos la grandiosidad del ser humano individual y de la especie, y ese redescubrimiento es posible gracias a que la cultura de la antigua Grecia había sobrevivido en el oriente, en la antigua civilización Bizantina, y desde allí volvió al occidente europeo.

Pero una cultura noviolenta, encuadrada en un contexto violento, tendrá grandes dificultades para constituirse en una civilización independiente, y eso es lo que ocurrió con el Renacimiento, cuya influencia llega hasta nuestros días, pero que no fue capaz de convertir el signo violento de esa cultura occidental que hoy pretende erigirse en civilización planetaria.

El proyecto monopolista de la civilización occidental, llegue o no a constituirse como imperio mundial, fracasará y se desintegrará como lo han hecho todas las civilizaciones previas, porque el ser humano encontrará nuevas respuestas a los nuevos retos que se presentan. Una nueva civilización sólo será posible cuando se retome el hilo evolutivo de la historia humana, y aunque rescate elementos de las culturas anteriores, será superando esas culturas en una nueva síntesis como podrá constituirse en algo nuevo.

Creemos que ha llegado el momento de perfilar esa nueva civilización, y ese es el tema de este simposio. Esta nueva civilización será la primera con carácter planetario, y su signo necesariamente debe ser noviolento para poder presumir de “nueva”. Entonces, ¿qué elementos tomará de las culturas que la precedieron? Sin duda aquellos elementos humanistas, que podemos encontrar en toda cultura a poco que rastreemos en su historia.

Volviendo al principio, ¿cómo hará el ser humano para encontrar la inspiración necesaria que le permita construir una sociedad planetaria noviolenta? ¿Desde dónde surgirán esas nuevas respuestas ante los estímulos actuales? ¿Cuáles serán las raíces de las cuales se nutrirá la nueva civilización noviolenta?

Empecemos por nosotros mismos, los individuos. ¿Cómo puedo orientarme hacia una conducta noviolenta? ¿De dónde puedo extraer la fuerza que me permita convertir la dirección de mi vida en sentido noviolento, en sentido humanizador?: ¿de aquellas creencias religiosas que ya estaban instauradas cuando yo vine a este mundo?, ¿de las ideologías materialistas que niegan la existencia de todo aquello que no es perceptible por los sentidos externos?, ¿de la ciencia positivista que rechaza observar aquellos fenómenos para los cuales no tiene una explicación?, ¿de la psicología o la sociología, que colocan el motor de mi existencia en un inconsciente que no controlo o en una sociedad en la cual apenas puedo influir?

Sin duda que de todo ello puedo extraer elementos que me serán útiles en la nueva construcción de mí mismo. Pero el pilar central sobre el cual asentar mi nueva construcción debe ser otro, debo buscarlo y encontrarlo en otro lado.

Porque, empecemos preguntándonos, ¿por qué “debo” ser noviolento?, ¿cuál es la justificación de esta ética? ¿Acaso me lo dicta un dios lejano, o una sociedad superestructural, o una pulsión interna desconocida?, ¿acaso será suficiente con mi sentido del “deber ser”?, ¿acaso llegaré a esta conclusión después de un complejo análisis racional? Personalmente, creo que la única forma en la cual pueda ir en una dirección noviolenta será buscando en lo más profundo de mí mismo, investigándome, estudiándome y comprendiéndome más allá de lo cotidiano, yendo a la raíz de aquello que me constituye en ser humano, aquello transpersonal que está más allá de mis circunstancias biográficas contingentes. En esa Profundidad tal vez encuentre lo mejor de mí mismo, y descubra que eso mejor está presente en otros, en todos los seres humanos.

Desde ese lugar Profundo revisaré cómo son mis relaciones con aquellas personas que me rodean. ¿Son relaciones de competencia, de dominio o sometimiento, o bien de cooperación? Si aquello que he descubierto en mí está presente en los demás, ¿cómo podré pretender imponerles mi visión del mundo, por muy sofisticada y evolucionada que ésta pueda parecer? Necesariamente deberán ser relaciones de paridad, reconociendo lo humano que hay en mí y en todos, reconociendo que estoy en este mundo para contribuir a su humanización, porque en esto radica la esencia de la conciencia humana.

Si he llegado hasta aquí no será exclusivamente por mérito propio, sino porque somos muchos los que estamos en el mismo intento de humanizarnos. ¿Pero cómo podríamos hacer todo esto en medio de un sistema que lleva la dirección contraria, donde la organización social funciona para que unos pocos se apoderen no sólo de la mayoría de los recursos materiales con que contamos, sino también de las intenciones de los demás? Una organización social coherente con lo dicho deberá privilegiar relaciones de cooperación internacional e intercultural, relaciones de comprensión que ayuden a integrar las diferentes culturas y visiones existentes no en una única cultura hegemónica que se imponga sobre las demás, sino en un mundo que reconozca la diversidad cultural como un valor que hay que preservar y potenciar, en un mundo donde se reconcilien las antiguas afrentas poniendo por delante el futuro y no la revancha de un pasado que ya no existe, y posiblemente nunca existió tal como lo imaginamos.

Las relaciones económicas en esta sociedad no podrán estar determinadas por unas condiciones de origen completamente desiguales, donde para unos pocos existen todas las oportunidades y para la mayoría no hay alternativas; tampoco podrán estar motorizadas por la competencia en una lucha salvaje por la supervivencia del más fuerte (que no del más apto). Todas las personas deberán tener las mismas oportunidades, y no estar constreñidas por algo que no han elegido en absoluto: las condiciones del lugar en que les tocó nacer. A nadie le deberá faltar el sustento básico para su desarrollo, pues la ciencia y tecnología actuales permiten generar recursos para varias poblaciones mundiales. Porque si para alguien cada día de su vida es una lucha para sobrevivir en una sociedad injusta, ¿cómo podremos pedirle que mire más allá, que busque en la profundidad de su conciencia aquello que lo hace ser uno con los demás, aquello que lo humaniza?

Para poder proyectar este nuevo mundo necesitamos inspiración. La inspiración no se sabe de dónde viene ni cuándo va a surgir; todos podemos reconocerla en la manifestación artística y hasta en la ciencia, que a lo largo de la historia ha resuelto problemas que parecían sin solución gracias a una nueva idea, un nuevo modo de ver aquello visto miles de veces ya. ¿Pero podemos reconocerla en nuestra vida cotidiana?, ¿podemos darnos cuenta que es gracias a una cierta inspiración que hemos sido capaces de resolver situaciones comprometidas, de dar nuevas respuestas, de saltar por encima de nuestras circunstancias? ¿De qué seríamos capaces entonces, si pudiéramos sentir la Inspiración que nace de lo más Profundo y Sagrado que hay en nuestro interior, conectando a su vez con aquello más lejano e inabarcable, conectando con el infinito, con la eternidad y con el Ser?

Para terminar, pido desde el corazón para que todos encontremos esa inspiración que, viniendo de lo más Profundo, nos lance hacia una nueva aventura liberadora del dolor y el sufrimiento en nuestra especie.

Leído en el II Simposio Internacional del Centro Mundial de Estudios Humanistas "Fundamentos para la nueva civilización", Parques de Estudio y Reflexión Attigliano (Italia), octubre 2010

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